Por Esther Ávalos Mesa

 

Vamos todos al banquete,
al banquete de la creación.
Cada cual con su taburete,
cada cual con su misión.

(Cántico de la misa popular)

 

Un gran banquete de salud y vida. Esa fue la invitación que durante los días 23 y 24 de agosto recibimos, y a manos llenas, todas y todos los que participamos en el taller que, auspiciado por ADES (Asociación de Desarrollo Económico y Social de Santa Marta) y coordinado por el sacerdote hondureño Fausto Milla, se estuvo desarrollando por acá.

Confieso que entré por pura curiosidad. Ya mucho había escuchado del Padre Fausto, de su impresionante historia de vida donde figuran secuestro, cárcel, clandestinidad, exilio durante los cruentos años de la guerra. Estaba al corriente de su cercanía con la inolvidable Bertica Cáceres a quien nombra con familiaridad y respeto y con quien compartió espacios de lucha. Pero cuando lo tuve delante, supe que nada de lo que me habían dicho era suficiente para tener, al menos una idea aproximada de quién es este joven de 89 primaveras que derrocha salud, amor, ganas de vivir, espíritu de servicio y un sentido del humor agudo y contagioso.

El Padre Fausto trabaja vinculado a INEHSCO (Instituto Ecuménico hondureño de servicio a la comunidad), organización nacida en 1980 y en total clandestinidad, como era obligado en una época donde en Honduras, organizarse se pagaba con cárcel y muerte, cosa que, en verdad, mucho no ha cambiado hoy día. Nos compartió que como Misión tienen educar para tener un pueblo nutrido y sano con sus propios recursos y que esto incluye la apreciación de la vida y la apreciación del valor de cada persona.

En efecto. Durante las dos jornadas que duró el taller, asistimos a un encuentro especialísimo con la vida. No se trataba únicamente de compartir saberes sobre comida sana y medicina natural, aunque lo hubo y riquísimo. Pero no es naturalismo ingenuo lo que predica y practica el Padre Fausto. A la máxima hipocrática “Que tu alimento sea tu medicina, que tu medicina sea tu alimento” con que fundamenta sus enseñanzas, va unido un firme posicionamiento antisistémico que marcó todo el taller. “El capitalismo es profundamente anticristiano”, nos decía el sacerdote y argumentaba: “En el Libro de Génesis, Dios dijo: les doy para que se alimenten (…), nunca dijo: les vendo para que se alimenten. Pero los mercaderes de hoy han convertido el banquete de la creación en una cueva de ladrones. Estoy seguro de que Jesús tiene ganas de darles riata con tanta o más gana que en sus tiempos”.

Su guerra tenaz contra la Coca Cola, los productos Nestlé, los saborizantes artificiales, los plásticos y toda la basura con que el capitalismo inunda el mercado, es mucho más que una actitud saludable ante la vida. “El capitalismo-decía- vende veneno que enferma y después vende la cura. Hay que estar alertas porque todo en el sistema es mentira.”

Una parte bellísima del taller fue el llamamiento a resucitar el tiempo en que el saber sobre la alimentación y la medicina estaban en el pueblo.”Los colonizadores secuestraron ese saber y le pusieron precio- apuntaba el sacerdote- y ahora resulta que muchos productos de nuestra tierra tienen como apellido “de Castilla”, ¡es mentira!, ¡son nuestros y lo fueron siempre!”.

Entonces salimos al enorme jardín que rodea a ADES. La consigna era reconocer y compartir plantas con propiedades alimenticias y medicinales. Al regreso, el salón se llenó de verde, de aromas y texturas diversas. En mi cuaderno quedó una larga lista que pienso revisitar una y otra vez.

En la evaluación compartí algunas impresiones. Externé que del espacio me llevaba aquello de que cada ser humano se nutre por boca, nariz y corazón. Que el amor es el mejor de los alimentos, la más eficaz de las medicinas porque cuando es amor del bueno, busca la vida del otro y de la otra más que la propia. Me llevé las anécdotas compartidas: historias de abuelas y abuelos, remedios milenarios. Agradecí a ADES fomentar estos esfuerzos. Sentí la presencia constante de Bertica, que cual espíritu de los ríos, nos acompañó durante toda la jornada. En el corazón se me quedó para siempre la figura del sacerdote octogenario, con sus ojos agudos y una piel apenas tocadas por los años, afirmando, entre chistes picantes, impensables de acuerdo al estereotipo de alguien con su formación, que la risa es un arma sumamente anticapitalista porque el capitalismo no quiere que seamos felices. Llamándonos a la resistencia, insistiendo en la organización necesaria como única vía de dar la batalla.

Y allá, muy dentro de mí, latía Cuba como angustia inevitable.

 

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